Ayer el predicador de verdades suyas
habló otra vez conmigo.
Habló del sufrimiento de las clases trabajadoras
(No de las personas que sufren, que es al final
quien sufre).
Habló de la injusticia de que unos tienen
dinero,
y de que otros tienen hambre, que no sé si es
hambre de comer,
o si es sólo hambre de la sobremesa ajena.
Habló de todo cuanto pudiera hacerlo enojar.
¡Qué feliz debe ser aquel que puede pensar en la
infelicidad de los otros!
Qué estúpido si no sabe que la infelicidad de
los otros es de ellos.
Y que no se cura por fuera,
¡Porque sufrir no es tener falta de tinta
o que el cajón no tenga aros de hierro!
Que haya injusticia es tanto como que haya
muerte.
Yo nunca daría un paso para alterar
aquello a que llaman la injusticia del mundo.
Mil pasos que diera para eso
serían sólo mil pasos
Acepto la injusticia como acepto que una piedra
no sea redonda,
o que una encina no haya nacido pino o roble.
Corté la naranja en dos, y las dos partes no
podían quedar iguales.
¿Con cuál fui injusto — yo, que me comeré a
ambas?
Alberto Caeiro
Poemas inconjuntos
traducción de Mario Bojórquez